Lo que siempre estuvo ahí
Al principio, pensé que era una lavandera blanca. Demasiado lejos, demasiado pequeño, demasiado normal. Pero aun así, quise verla mejor. No sé qué me hizo detenerme en ese instante, qué me llevó a levantar la cámara y usar el teleobjetivo para acercarme a algo que, en teoría, ya conocía y tenía muy visto.
Y entonces, lo vi.
No era una lavandera blanca. Era un andarríos. Un ave que sabía que existía, pero que nunca había visto con mis propios ojos. O al menos, nunca había sido consciente de haberlo visto.
Me sorprendió lo diminuto que era, más pequeño de lo que había imaginado. Un cuerpo ligero, un pico largo y desproporcionado para su tamaño, como si la naturaleza hubiera exagerado en ese único detalle. Y ahí estaba yo, mirándolo por primera vez, preguntándome si, en realidad, ya lo había visto antes pero lo había confundido tantas veces con otras aves que lo dejé pasar.
¿Cuántas veces había ignorado su presencia creyendo que era algo diferente?

Lo seguí con la mirada mientras recorría el río, moviéndose con decisión, volando de un lado a otro en busca del mejor sitio para alimentarse. Me fijé en sus movimientos, en su forma de habitar el agua y la tierra con la seguridad de un ave que conoce bien su mundo. No parecía nervioso, ni siquiera cuando Kuro, asustado por una bicicleta, rompió la calma con un ladrido. Pensé que en ese momento desaparecería, que huiría como tantas otras aves lo harían. Pero no. Se quedó allí, tranquila, como si supiera que no tenía razones para temer.
Yo, en cambio, sentí miedo de mi propia ceguera
No miedo al andarríos, no miedo a lo desconocido en sí, sino miedo a haber estado ciega todo este tiempo. A la posibilidad de que esta ave haya estado ahí, una y otra vez, a lo largo del tiempo, pasando desapercibida ante mis ojos porque mi mente ya tenía una respuesta predefinida para su silueta: una lavandera, algo habitual, algo que no necesitaba mirar dos veces.

Hice estas fotos con el corazón apretado, con esa sensación de estar presenciando algo más grande que yo, algo que no se explica, pero que se siente. Este tríptico no es solo una imagen bonita: es ese instante en el que entendí que, aunque a veces los días sean grises, la vida siempre encuentra la forma de florecer.
Si decides llevarte este tríptico, quiero que recuerdes esto: después de la lluvia, siempre hay un mosquitero saltando entre los cerezos. Siempre hay algo esperándonos. Solo hay que salir a encontrarlo.
El miedo a lo que siempre estuvo ahí, pero que nunca supimos ver.

Y me pregunté: ¿Cuántas cosas más estaré ignorando? ¿Cuántas otras maravillas habré normalizado hasta hacerlas invisibles?
Estas fotografías no son solo el retrato de un andarríos grande. Es el retrato de un momento en el que aprendí a mirar mejor. Porque tal vez, lo más aterrador no es lo desconocido. Es todo lo que creemos conocer y, por eso mismo, dejamos de ver.

Trípticos Fotográficos
Cada tríptico incluye tres fotografías cuidadosamente seleccionadas, impresas en papel mate RC químico de alta calidad y montadas sobre una base elegante de cartón pluma de 10 mm. El resultado es una pieza visual con cuerpo, presencia y un acabado limpio y minimalista que resalta cada detalle de la imagen.
Estos trípticos están pensados para ofrecer una experiencia visual única: sencilla, pero llena de fuerza.
Tamaños disponibles:
✨ 10x15 cm – Formato pequeño, ideal para rincones íntimos o espacios reducidos
✨ 20x30 cm – Formato grande, equilibrado y versátil
✨ 25x38 cm – Formato gigante, pensado para causar impacto y llenar la mirada
Se entregan listos para colocar, con cinta de doble cara o gancho incluido, y en una caja protegida y decorada con mimo, cuidando cada detalle desde el primer vistazo.
Las impresiones se realizan en laboratorio fotográfico profesional para garantizar la máxima calidad en color, textura y durabilidad.
¿Te gustaría otro tamaño?
Estoy abierta a encargos personalizados. Si tienes una idea concreta, escríbeme y lo hablamos sin compromiso.
Contacto directo:
📞 WhatsApp: 648 798 478
✉️ Correo: nicayami.hi@gmail.com


